jueves, 23 de diciembre de 2010

El Centenario desde otra mirada






Hace unos cuantos días, al transitar sobre la Av. Reforma ví la famosa obra inconclusa del Bicentenario; nunca me imagine que estuviera tan inconclusa y más bien lucía abandonada. Al mismo tiempo escuchaba por la radio algunos comentarios respecto a la activista Marisela Escobedo que había sido asesinada hacía pocos días frente a un edificio de gobierno en Chihuahua. Sentí mucho coraje al poner en contexto estos eventos. ¿Cuál debe ser el símbolo real o más significativo de esta celebración Bicentenaria? Que nos conviene recordar para darnos algo de esperanza colectiva, ¿una obra inconclusa que refleja la ineficiencia del Estado en todas sus dimensiones o la muerte de una mujer que levanto la voz y encaro una batalla que resulto ser imposible de ganar? ¿Cuál de estas situaciones podría simbolizar para las generaciones futuras un hecho heroico o al menos ser el recuerdo de la valentía que hizo falta para sacar adelante el país?

Me parece importante que toda comunidad tenga ocasión para mirar su historia y tomar de ella algunas lecciones de vida que le sirvan de guía para construir el mejor futuro posible. Sin embargo, poco se logra si miramos esa historia sólo con ánimo de cumplir un trámite cívico para supuestamente renovar nuestra compromiso por el futuro del país, sobre todo cuando el festejo conmemorativo ha dejado en muchos la sensación de que todo salio a medias y sobraron las opiniones que apuntaban a un gasto irracional. Al paso de los años, cuando las futuras generaciones miren al su pasado, ¿cuáles son las imágenes y las ideas que darán cuenta de este año Bicentenario y Centenario?

¿Cómo queremos ser recordados dentro de 100 años? Si por un lado ponemos sobre la balanza el festejo a medias y las obras no terminadas que difícilmente dejarán alguna huella o símbolo rescatable para el futuro, y por el otro lado todas y todos los que han muerto de manera injusta, además de cada individuo que decidió luchar sin protagonismos desde sus pequeños espacios comunitarios, ¿qué hecho amerita quedar registrado en la memoria colectiva? Ante un ambiente desgajado por desconfianza, violencia en todos los niveles sociales, degradación del medio ambiente y desesperanza, ¿que podremos decir que hicimos en lo individual y en lo colectivo? ¿Cómo evitar ser recordados como una comunidad de espectadores críticos que no tuvo la voluntad de actuar contundentemente ante tales problemáticas? Para renovar nuestra idea de país y tener la certidumbre de que hay un camino transitable, ¿de que historia o historias nos agarramos para apasionarnos por el futuro y luchar por él con esperanza?

En mi caso, soy muy afortunado en tener un referente genealógico cercano para reafirmar mi convicción de que es nuestra responsabilidad como individuos tomar las acciones que contribuyen a la construcción de nuestros espacios comunitarios. En estas fechas mi padre cumpliría 100, nació el 25 de diciembre de 1910. Al recordar su historia de vida, puedo conmemorar mi propio centenario con la idea de renovar la esperanza de que sí es posible ser la suma de millones de pequeñas voluntades generosas y no solo una multiplicación de millones de críticas y quejas que sólo nos vuelven mas victimas.







Nacido en la ciudad de Toluca, no es exagerado decir que desde niño tuvo todo en contra. Cuenta que tuvo más de 10 hermanos de los cuales sólo sobrevivieron cuatro y estos quedaron a cargo de mi abuela. Apenas pudo terminar la primaria y entiendo que por tener un padrastro alcohólico, desde niño se alejo de la inestabilidad del hogar para buscar su propio camino. En este contexto tan adverso lo que sí tuvo mi padre a su favor fue una habilidad técnica excepcional en lo que se refiere a la mecánica y la eléctrica. Le atraía mucho la tecnología y tenía un talento innato para entender como funcionaban las cosas. Desde temprana edad contó con un automóvil y mi madre, a sus 94 años, siempre cuenta que a diferencia de sus vecinos del rumbo de la Calzada de Tacubaya # 14, en casa siempre se contó con las últimas comodidades del momento como el refrigerador o el televisor. Aún entre mis amigos en Estados Unidos, mi familia era de las primeras que tuvieron una televisión a colores. Conociendo a mi padre, sé que no era una cosa de status o presunción material, todo era por el interés que tenia por la tecnología. Aprovecho que ya mencione nuestra estancia en los Estados Unidos para hablar de una de las primeras expresiones del amor que Don Manuel le tuvo a su tierra.
Desde que mi familia migro en 1956 a un pueblo muy pequeño del medio oeste americano, mi papá se propuso viajar una vez al año en carro para que no perdiéramos la conciencia de nuestro origen mexicano. Y con este propósito recorríamos más de 3 mil kilómetros, casi cuatro días, en la epoca de las vacaciones escolares de verano. Esta aventura dio origen a lo que se conoce en los autos como el cruise control o el controlador automático de aceleración. Prácticamente nadie se imagina que este invento nació en las carreteras de México como consecuencia del deseo de un hombre de mantener cercanía con sus raíces. Podrán ver que la patente fue tramitada un 16 de septiembre. No creo que fue casualidad. Mi padre seguramente tenía en mente una fecha que por su mexicanidad le significaba mucho. Hace poco tiempo descubrí que uno puede ver este documento desde una herramienta de Google (patent search). Estoy seguro le daría gusto saber que su invento recobro vida por este medio digital.



Junto con ese gran esfuerzo de mantener la mayor cercanía posible con México, Don Manuel estaba convencido que el amor a su país no era sólo una idea abstracta sino que era indispensable la acción encaminada a la participación ciudadana. Para él era una obligación denunciar toda situación injusta derivada del abuso del poder de cualquier autoridad. Igualmente busco externar su opinión en los medios. Los siguientes documentos son evidencia de su voluntad de ejercer su derecho de voz aún en los tiempos en que no había prácticamente espacios en donde ejercerla en México.

Al hacer el recuento de estos pasajes de la vida de mi papá, en retrospectiva me queda claro porqué decidí permanecer en México, a pesar de no haber nacido y tampoco haber pasado mi niñez en esta tierra. Tal vez desde esta historia se vislumbran las razones por las que me he dedicado desde hace 20 años a la tecnología educativa con la idea de contribuir en la construcción del futuro de nuestro país. A veces pienso que todo es una especie de misión que él me heredo sin decirlo de manera explicita. En el cumplimiento de esta misión, o al menos en el intento, he logrado afianzar mi sentido de identidad y pertenencia así como el placer de sentirme parte de una comunidad. No puedo negar que hubo muchos momentos en que sentía ganas de irme. Pero aquí sigo y seguiré siempre, en Mexicalpan de las Tunas, como se refería muy cariñosamente mi padre a su tierra.

Con este breve recuento de lo que son para mi evidencias de un hombre que logro salir adelante a pesar de sus condiciones precarias de vida y que además mantuvo una clara participación ciudadana para contribuir a su manera en la construcción del país, insisto en la pregunta que hice al principio respecto a la festejo Bicentenario: ¿de que historia o historias nos agarramos para apasionarnos por el futuro y luchar por él con esperanza? Me parece que es hora de reconocer que la lucha por un mejor futuro sólo será exitosa si rebasamos a la clase política actual, por el carril que sea, para convertirnos en la suma de millones de pequeñas voluntades que están dispuestas a dar la batalla desde sus espacios comunitarios sin protagonismo alguno.

Sabemos que en la historia de este año Bicentenario ya contamos con el ejemplo de valor incomparable de Marisela Escobedo. Habrá seguramente cientos de héroes anónimos que, sin darnos cuenta, toman la iniciativa para dar la pelea por un mundo mejor. Así como yo cuento con la historia de mi padre, estoy seguro que todos conocemos a alguien que con sus acciones pueden significarnos muchos mas que una obra Bicentenaria inconclusa.





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