jueves, 24 de junio de 2010

Una vuelta más alrededor del sol

Para mi maestro Alfredo Pérez Saavedra:
Aunque llego a esta etapa de mi vida sin ti,
seguiré adelante con el recuerdo de nuestra amistad


Son las diez de la noche y en un par de horas habré completado cincuenta vueltas alrededor del sol abordo de esta nave espacial que llamamos Tierra.

Por alguna razón, siempre que se acerca esta fecha algo sucede que no me permite celebrar con el ánimo tan festivo. Aclaro que normalmente lo que sucede no es algo que me provoque tristeza, al contrario, sea como sea llego con la sensación plena de que soy muy afortunado y de que tengo muchísimo que agradecerle a la vida y a todas las personas con las que he compartido mi existencia.

De cualquier forma, lo que sí hago es tomar un momento para reflexionar acerca del camino recorrido y el que falta por andar. Me la paso de un lado para otra, vuelta y vuelta cual carrusel de feria, disfrutando de todas las personas y escenas que dan color a mi vida. De repente una sonrisa por los que están aún a mi lado dando vueltas y luego la lagrima inminente por los que ya dejaron de estar. Es aquí donde aparece el recuerdo de mi amigo y maestro, Alfredo Pérez Saavedra. Apenas el sábado pasado me entere que murió y ahora se fue a ocupar su lugar entre las estrellas que miro cuando las noches de esta ciudad lo permiten. Como siempre ocurre con las amistades que por ahí andan a los lejos, sólo nos hablábamos de vez en cuando por teléfono para ponernos al día con lo mas indispensable. Aún así se que voy a extrañar sus llamadas ocasionales. Aunque fuera sólo de vez en cuando, me frustra saber que ya no estará. No puedo dejar de sentir mucha tristeza por la llamada que falto, por la llamada que ya no será.

Desde hace tiempo sabía que su salud era frágil y no estaba nada bien. Aún así siempre hablaba mas o menos quitado de la pena. Entre una broma y otra daba la impresión que aceptaba su situación sin mayor drama. Sin importar que tan mal parecía su situación, de su parte siempre iba por delante un ¿Cómo estas?. Al hacerlo con tanta calidez, se refrendaba nuestra amistad y mas que nada sentía que ahí estaba mi maestro, después de tantos años, al pendiente de su alumno. Por cierto en esa época de estudiante estaba lejos de ser bueno en la materia que él impartía: Física. Como iba a serlo si lo que acabo por interesarme como forma de vida no eran precisamente las ciencias exactas. En el mejor de los casos, con los años sólo me llegaría a interesar la mitad de ese tema, o sea la ciencia. Definitivamente lo de exactas no iría con mis tendencia hacía las humanidades. Ahora que lo pienso bien, ya tengo pretexto para decir con toda inexactitud científica que no llego a los cincuenta años sino que estoy en la plenitud de los sin-cuenta. Si por allí tuviera la suerte de escuchar la voz de mi Maestro Saavedra, creo que me diría que a estas alturas de la vida lo de menos es contar los años transcurridos; lo mas importante es contar y compartir buenas historias con los amigos. En lugar de hacernos bolas con lo numérico, hay que revisar las mejores enseñanzas de la vida y soñar el mejor futuro posible. Por el sentido de humor que siempre mostraba, no dudo que remataría con algún alguna broma para no me tomará tan a pecho un días más.

Faltan unos minutos para llegar a la media noche. Recuerdo la vez que inesperadamente fue a despedirme al aeropuerto. Tenía como veinte años y había decidido dejar México para ir en busca de otro lugar para vivir. Llevaba años con muchas ganas de regresar al país donde nací y había pasado los primeros trece años de vida. No fue lo que esperaba y regrese. Me dijo que no entendía porque había vuelto y más se sorprendió cuando le dije que me había inscrito en la Escuela Nacional de Antropología e Historia. Al paso de los años resulto ser la mejor decisión.

Muchos años después visito mi oficina. Platicamos acerca de lo que hacía y conoció el primer título de software educativo multimedia que tenía en desarrollo. Le explique que faltaban algunas cosas para terminarlo y por ello estaba atorado mi proyecto. Me dijo que como el ya esta jubilado tenía todo el tiempo del mundo y que quería participar de alguna forma. Con gran entusiasmo y solidaridad lo hizo. Creo que es en esa época que empieza a decirme: “tienes ideas tan, pero tan grandes, que son realmente ideoootas”.

Son tantas cosas que podría contar de mi Maestro Saavedra, pero en este momento ya es la media noche y sólo quiero empezar este día recordando su enorme sonrisa. Estoy seguro de que mi admiración por la docencia se la debo a él y a muchos otros maestros que han sido fundamentales en mi desarrollo profesional. No sólo han sido maestros de aula, han sido maestros para la vida. Y es por ellos que, al iniciar el segundo tiempo de este partido por la vida, me la seguiré jugando por la educación como única opción para sacar adelante a nuestro planeta.

Si en algún momento apago unas velas para festejar la quinta década de mi vida, una de ellas se la dedicaré especialmente al recuerdo del Profesor Saavedra. Todas las demás van con un sólo deseo: que el amor prevalezca en el corazón de toda la humanidad por encima del odio y que aprendemos antes que nada a cuidar el planeta para que las generaciones futuras puedan seguir dando vueltas al Sol en una nave habitable.

Esta es la mejor forma que se me ocurrió para hacer algo fuera de lo común el día de mi cumpleaños numero cincuenta. A manera de festejo, comparto con mis amigas y amigos el recuerdo de mi Maestro Saavedra para que sigamos escribiendo historias que jamás olvidaremos. Gracias a todas y todos por acompañarme en el viaje de la vida.

México DF
Junio 24 del 2010